UNA CUESTIÓN DE PRINCIPIOS: ESCALADA NARRATIVA EN LA ERA DE SIGMAR
En este blog creemos firmemente que este hobby (a cualquier escala) va de contar una historia. De forjar una leyenda. Y vamos a recurrir a una de las estructuras más usadas en la ficción: la senda del héroe.
La idea es bien sencilla: Cada uno de nosotros escogerá un personaje que empezará a forjarse su destino en solitario, después buscará fortuna acompañado de una banda de secuaces para finalmente alcanzar la gloria o la muerte contra innumerables enemigos y monstruos en una gran batalla. Un viaje iniciático que transformará a un simple guerrero en un héroe de renombre.
Lo explico mejor en una tabla:
CANTIDAD DE MINIATURAS
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JUEGO
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PLAZO
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Un único héroe
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Silver Tower
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28/6
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Una banda de guerra
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Beastgrave
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12/7
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Un monstruo
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Warcry (triunfo y traición)
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26/7
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De este modo cada vez se irán añadiendo más minis a la escalada mientras paralelamente nuestro héroe pasará de ser un guerrero solitario a un poderoso Señor de la Guerra. Sus perfiles serán los oficiales en función del juego en el que estemos.
Cabe aclarar que esta tabla no está escrita en piedra y que no todos pintaremos lo mismo. Como alguno de nosotros tiene ya banda para Shadespire o Warcry la escalada no nos limita. Únicamente buscamos una herramienta para motivarnos y darle sentido tanto a las partidas como a los pinceles porque estamos atravesando un duelo de vagos.
COMIENZA LA LEYENDA
Arrastradas por el devenir del tiempo se encuentran las leyendas. Desde el poblado más mísero al más opulento palacio se narran historias de esperanza, de muerte, de traición o de guerra según la naturaleza de cada reino mortal.
Su legado de sabiduría ha sido alterado y desvaído por el desgaste que supone la tradición oral y el uso de diferentes lenguas. Quizá aquellos espíritus mortales capaces de vislumbrar los recovecos de la realidad pueden encontrar el poso de la verdad en ellas pero sólo los dioses la conocen con certeza.
Son los dioses quienes desde sus inalcanzables moradas mueven a los mortales como peones en su gran e infinito juego.
…
Dejó caer su hoja empapada en sangre y mirando en derredor sólo pudo ver miembros cercenados y combatientes caídos. De las dos bandas de bárbaros sólo quedaba él. Y sus horas estaban contadas. La profundidad de sus heridas auguraban un sufrimiento agónico hasta que la muerte decidiera liberarlo de su dolor. No era en realidad el único vencedor sino la última víctima.
Cayó al suelo lleno de ira ante tal injusticia. Había sido feroz, despiadado y mejor que el resto de guerreros. En su fuero interno sabía que merecía un destino superior. Por eso imploró a cualquier dios que quisiera escucharlo por su salvación prometiendo atrocidades como la de su último combate en el nombre de su patrón. Una vitalidad mancillada comenzó a inundar sus miembros mientras su mente se llenaba de imágenes de un precioso y pútrido jardín. Lleno de pústulas y abotargado se levantó. Sus heridas supurantes ya no le restaban fuerza ninguna. Cogió su arma ahora oxidada y se encaminó a la Torre Plateada como su nuevo dios le había ordenado.
…
-Brujaaaa…- En cada nueva búsqueda de augurios aparecía nítidamente aquel rostro. -Brujaaaa...- pronunció esa palabra con desdén. -¿Ya no percibes las turbulencias entre las corrientes del tiempo? ¿Tu cuerpo mortal no siente como fluyen los vientos de la magia?- La palma de la mano de la hechicera comenzó a brillar sin ella pretenderlo. -Tarde o temprano tendrás que escucharme- Desde que asesinara a su maestro convirtiéndose en chamán de la tribu aquel demonio no dejaba de inmiscuirse en sus artes negras y susurrarle insidiosamente. Y ahora parecía comenzar a tomar el control de su propio cuerpo.
-Es la hora…- La voz resonaba en su interior mientras aquel ser maligno se escondía entre los pliegues de su malograda conciencia. -La Torre Plateada-. En un instante el rostro desapareció dejando sólo un regusto a ceniza en la mente del hechicera.
…
No podía saber cuánto llevaba encerrado porque el tiempo había perdido el sentido para él desde que fuera enterrado en aquella tumba. Su ropa hecha jirones cubría su descarnado cuerpo y su corona tintineaba sobre su calavera. Cientos de veces había arañado la piedra tratando de abrir desde dentro su sepulcro pero no podía precisar si entre cada intento habían pasado minutos o siglos.
Aún tenía recuerdos. Recordaba como cada vez eran más infrecuentes las salmodias que los sacerdotes funerarios reales recitaban junto a su tumba para apaciguar su alma cautiva. Años (o quizá siglos) después llegaron los gritos de espanto cuando aquellos que caminaban entre las ruinas de su cripta percibían con horror el raspar de sus esqueléticos huesos tratando de escapar. Luego el silencio sempiterno y el polvo de la propia piedra desgastada por el paso del tiempo hasta hacerse añicos.
Emergió del sepulcro con su corona y su espada como el rey que fuera antaño. Su alma inmortal sabía que su dios (aquel dios fúnebre a quien había consagrado su vida, su obra y su reino) lo necesitaba de nuevo. Dejando el eco del crepitar de sus huesos abandonó la cripta y dirigió sus pasos hacia la Torre Plateada.